Día 3:
El confinamiento en Francia nos pilló de sopetón. Pese a ver cómo los países vecinos ya comenzaban con medidas radicales para paliar los efectos devastadores de una crisis sanitaria a causa del ya famoso COVID-19 (pronto saldrá el 20 así que no os recomiendo que lo cojáis) nosotros vivíamos aparte. No hablo del país entero, sino del lugar en concreto en el que me encuentro, Val Thorens, en el mayor dominio esquiable del mundo y el pueblo más alto de toda Europa., a 2300 metros de altura. Un auténtico centro de ocio tanto diurno como nocturno con gentes de todos los confines del mundo. Con casi 30.000 camas de capacidad y unos 5.000 trabajadores, saisonniers en français, término utilizado para definir a los trabajadores de temporada.
El Jueves pasado, día 12 Macron anunció el cierre de colegios, universidades y guarderías. Viendo como las estaciones de esquí iban cerrando en Austria, Suiza e Italia, algunos nos lo olíamos, pero dentro de una semana como muy pronto. La estación se movilizó para organizar las rebajas. Pero un día tardó. Macron volvió a comparecer delante de todos sus compatriotas (todos los gabachos vaya) el Sábado 14 de Marzo para ordenar el cierre de restaurantes, bares y hoteles. Lógicamente la estación no podía sobrevivir sin lugares de ocio, por lo que dos horas después de su comunicado, a eso de las 11 de la noche se anunciaba el cierre de la estación. Los clientes acababan de llegar, algunos por viaje desde otros confines del mundo o en coche por hasta 12 horas de viaje…
Todo el mundo se lanzó pues a trabajar a destajo para cerrar todos los comercios para el domingo a la noche. Todos los clientes debían partir ese mismo día. Y se sabía ya que en escasas horas Macron iba a comparecer por tercera vez en 3 días para anunciar un confinamiento a nivel nacional. La información iba muy rápido, cada día se aprendía una cosa nueva. Cierre de fronteras, aviones cancelados, trenes que no circulan, hospitales colapsados… La gente se apresuró a hacer las maletas, a organizar su viaje de vuelta, y todo sin saber siquiera si iban a ser despedidos o a entrar en un paro técnico. De hecho ni hoy mismo lo sabemos.
Yo, que a todo esto me presento, Alfonso, 31 tacos, español de nacimiento y ciudadano del mundo por convencimiento, que ama la naturaleza, la playa y la montaña, la actividad física y el contacto humano, me vi en una disyuntiva, junto con mi chica, Celine, francesa de 25 años y ciudadana del mundo por aquello de seguirme el rollo. ¿Adonde vamos? Sin domicilio fijo, con las fronteras cerradas a extranjeros en España el mismo lunes, con la posibilidad de haber sido infectados y llevárselo a nuestros padres, con la posibilidad de una casa alquilada en un pueblo perdido del mundo sin Internet solo cerca de la hermana de Celine, a la cual no podríamos ni ir a visitar. La opción estaba clara. ¿Donde íbamos a estar mejor que en el pueblo más alto de Europa? Con una carretera de acceso que pronto estará cortada salvo para el aprovisionamiento o la urgencia, con unas vistas de quitar el hipo, con la posibilidad de salir a la montaña libre de Corona. La decisión estaba tomada.
Los supers cierran y regalan comida, sin casos confirmados en la estación (qué se supiera), con un par de esquís de travesía dispuestos a subirte al pico que más rabia te de. Todo pintaba del color de rosas el primer día de confinamiento. Lo de la comida muy en serio, lo cual muestra la absurdidad de las gentes valle abajo, pegándose por el último tetra-brick de leche de las estanterías, cando al dia siguiente van a estar igual de completas o más. Esa ignorancia humana de las grandes aglomeraciones se transforma en solidaridad de las gentes auténticas: aquí los restaurantes y tiendas liberan sus stocks de productos perecederos, con ofertas de 2×1, incluso supers dando comidas gratis (buen atracón a gambas y aceitunas que me pegué anoche de gra gra gratix). Nuestras reservas nos permiten llegar a navidad sin problemas, y con una buena capa de grasa corporal para eventuales temporales de frío en la montaña. En definitiva, todo pintaba maravilloso. Pero nada más lejos de la realidad. Ya conocemos a gente afectada con el virus, que conoce gente que conoce gente que ha estado en contacto recientemente con nosotros o con nuestra compi de piso (si, convivo con dos mujeres, si muero, se que no será de COVID-19). Las autoridades tienen miedo a posibles accidentes en la montaña (en el primer día de confinamiento hubo 1 muerto y dos heridos en Chamonix), por lo que van a prohibir el uso de raquetas de nieve y esquís de travesía. Nos conducimos al confinamiento absoluto, pero con unas vistas maravillosas.
Esta es la situación a día de ayer: al pueblo han llegado dos furgones de la gendarmería francesa, de momento inmóviles y sin movimiento aparente. Las pistas parecen un parque de atracciones, todo el mundo sale a pasear, a jugar al trineo con sus hijos, a bajar pistas con el snowboard al hombro… Se ven bastantes motos de nieve de los dueños de los restaurantes de altitud. Ayer mismo, con el miedo de un alto de la policía, varios amigos salimos con los esquís cada uno por su lado para quedar en el Chalet de la Marine, un restaurante de altitud de renombre. Por el camino me encontré un queso entero de unos 10 kilos, probablemente caído de una moto de nieve con prisas por acabar el cierre del restaurante. Nuestro objetivo: la llegada del funitel de Peclet, a las faldas del Glaciar de Peclet, que remonta hasta los 3.500 metros de altura, la cima de este circo llamado Val Thorens. Nuestras piernas bien entrenadas por la temporada nos subieron más de 600 metros de desnivel hasta los 2.900 metros. Y puedo decir que la posible multa merece mucho la pierna. Las vistas y el silencio, el calor de la jornada de ayer no me quitaron la sonrisa ni un solo minuto. Arriba nos encontramos con algunos “saionniers” que han decidido confinarse también en este paraíso terrenal. Ellos subieron en moto, trabajaban en el restaurante donde acabó nuestra travesía. Nos sacaron comida, cervezas y nos dieron algunos utensilios que iban a tirar. Todo del color de rosas. O blanco, porque aquí todo es blanco.
Veremos hacia dónde se dirige la situación, pero hoy acabaré con una frase sacada del hervidero social en el que se ha convertido Internet en estos días. Viene de Italia y dice así: “a nuestros abuelos los enviaron a la guerra, a nosotros nos envían a casa”. Cambio y corto.
Día 4:
Acabo de ver un vídeo en Facebook. Uno de tantos, de tanto contenido original que crean las mentes lúcidas en sus tiempos libres, que mucho tenemos en estas singulares fechas. Pero éste en especial me ha sobrecogido, emocionado, hasta los pelos de punta en las partes donde me quedan. Una canción original hablando de la buena labor de los ciudadanos riojanos y de las profesiones que en este momento están al pie del cañón defendiendo y salvando al resto: policías (jamás lo hubiera imaginado), personal sanitario, personal en supermercados, camioneros…Un vídeo precioso de una tierra preciosa, la mía, La Rioja.
Aquí las cosas son diferentes. Aquí vivimos en una burbuja dorada. O blanca mejor dicho, rodeados como estamos de tanta nieve. Los “saisonniers” que se han quedado aquí siguen saliendo a la calle. Se ve gente paseando, sola o acompañada. Se ve gente en la montaña. Gente fumando en grupos. Creo que en Francia, o al menos aquí, no han comprendido la gravedad del asunto. Y veremos con el tiempo y una caña, pero las cosas van a cambiar cuando empiecen a contar los muertos diarios por decenas. Y dirán ¿Por qué no actuamos antes? Muchos “saisonniers” que han vuelto ya a sus casas están dando positivo ahora mismo, y esto es solo el principio. Pronto veremos casos confirmados aquí mismo y nos daremos cuenta que estuvimos con esas personas hace 4, 5 o 6 días. Y nos entrará el miedo.
Hoy he salido a la calle. No por quererlo sino por obligación. Tras un buen día de confinamiento en casa, ayer, en el que tuve tiempo de escribir, cocinar, jugar con mis compis de apartamento, fumar, informarme, hace un time lapse e incluso jugar online al Catán con amigos del hogar. Tras todo eso recibí la llamada de nuestra presidenta general de la empresa. Manejan bastante el cotarro en Valthorens y sus beneficios anuales se cuenta por números de 6 cifras. No nos rescinden el contrato por caso de fuerza mayor, no por que no quieran, sino por que el sindicato de empresas de cycle et glisse (bici y deporte de nieve) les ha dicho de hacerlo así. Así que nos meten en un paro técnico. Lo cual quiere decir que cobramos nuestro sueldo hasta el fin del contrato ya firmado, y el estado francés pagará, como bien afirmó en un discurso hace 3 días que la historia recordará por el “Nous sommes en guerre” que repitió 7 veces.
Los que se han ido, más contentos que chupín. Pero a nosotros nos toca trabajar hasta que podamos cerrar todas las tiendas. 11 en total. Por lo que tenemos para una semana. Mi primera semana de confinamiento no lo será tanto. Y un amigo de la infancia acaba de ser padre. Ahí, en plena crisis, con dos huevos.
Por lo demás, la nieve se va poco a poco en esta temporada más que anormal, respecto a las anteriores, pero normal respecto al ritmo de calentamiento del planeta. Esta crisis nos tiene que servir para sacar muchas cosas buenas, y de ella para afirmar con rotundidad que no queremos volver a la normalidad, porque la normalidad nos va a llevar al fracaso. Reflexiones de las que hablaré más adelante, que tenemos tiempo.
Acabaré con una teoría conspiratoria, que dice así: “De todas formas el coronavirus es una fiesta comercial inventada por los italianos para vender todavía más pasta”. Cambio y corto.
Día 5:
Al escribir en la línea anterior “día 5” me he extrañado. 5 días ya? Pinta bien la cosa si los días pasan así de rápido. Al mismo tiempo en estos días no puedo hablar de confinamiento. He trabajado de 8h30 a 12h30 y de 14 a 18, por lo que al llegar a casa casi hasta tengo ganas de quedarme.
En Val Thorens, como ya hablé ayer, confinamiento y fin de la temporada son casi lo mismo. Una “ciudad” en la montaña con una capacidad máxima de 30.000 personas, donde la gente viene de vacaciones, en la que están continuamente en la calle, ya sea con los esquís bajo los pies o por las noches haciendo compras, yendo a las decenas de restaurantes donde sirve las suculentas y grasientas especialidades de la Saboya (donde el queso y la patata son indiscutibles, a la par que deliciosos) o tomando algo a precios desorbitados, ver gente las 24 horas del día en cualquier lado e de lo más normal.
Una vez que el pueblo se ha vaciado, que solo quedan los residentes (unos 300) y algunos “saisonniers” como yo que no sabíamos dónde caernos muertos, pues el vacío es más que obvio. Lo cual facilita la separación y evita las aglomeraciones, pero no es por pura obediencia de la ciudadanía ni nada del otro mundo. La gente que se ha quedado sigue saliendo. He visto a un monitor unas 5 veces hoy, paseando, viéndolas venir.
Y en mi humilde opinión está pasando lo que en España al inicio del confinamiento, como lo llaman en Francia, o la cuarentena, más conocida en España. O lo mismo que pasó en Italia, que es lo mismo que pasó después en España. La humanidad se mueve como conjunto de la misma forma, ya que está basada en los mismos principios sociales. No hay mejor ejemplo que ver cómo la gente se ha abalanzado hacia un producto tan básico y ciertamente dispensable como el papel higiénico en absolutamente todos los países que han sufrido un confinamiento: Australia, España, Francia, Bélgica, Italia…Y tantos otros. Algo absurdo pero repetido en los diferentes confines del mundo. Bienvenidos a la globalización atroz.
Volviendo a mi pequeño mundo, el Sol ha brillado con fuerza estos últimos días, deshelando buena parte de las caras sur en la montaña, dando paso ya hasta a inicios de florecimiento de plantas, algo más que inusual en estas fechas y por estas alturas. Recordemos que a 2300 metros las plantas de gran tamaño, los árboles vaya, no sobreviven. Falta de oxígeno. Normalmente es el último día de Sol en una semana. Y la gente lo sabe. Por eso muchas familias de residentes se veían hoy por las pistas alrededor del pueblo en trineos, jugando o simplemente paseando.
Y es lo que todos nos tememos, el confinamiento en un mal tiempo, que aquí es normal y puede durar días: fuertes vientos, ventiscas, temperaturas varios grados bajo cero…Eso mina la moral hasta al cuñado de la tele, que en paz descanse. Pero no es solo eso. Informaciones confidenciales que vienen de la directora general y dueña de GOITSCHEL SPORTS, la empresa en la que trabajo, dicen que nos acercamos a un confinamiento total en Francia, que se anunciará de aquí a 2-3 días, y que obligará a cerrar muchas empresas. Por lo que nos piden prisa, trabajar mañana domingo día del señor, y acabar lo antes posible. A mi me viene bien, porque llevo dos días trabajando en limpieza y control de los inventarios y me veo yendo a EEUU a comprarme un fusil pa pegarme un tiro. Que pereza oiga!
Los supers siguen cerrando y regalando cosas gratuitamente, hoy hemos conseguido sodas y galletas en un SPAR ya cerrado y un montón de salchichones al comprar una buena botella de vino tinto en una tienda gourmet. Toma jeroma pastillas de goma. Si veis la despensa se os hacen los ojos chiribitas, que se dice en mi pueblo: Quesos, salchichones, un jamón en trozos y al vacío, botellas de vino, mermeladas, conservas, congelados…
Ayer uno de mis mejores amigos, el más antiguo sin duda (tenemos fotos en la guardería haciendo el mongolo) fue padre. Con la que está cayendo y le da por ser padre, vaya huevazos. De Bilbao (adoptado, porque es de Haro aunque lo niegue) tenía que ser. La sensación que me dio cuando me enteré de la noticia, fue algo indescriptible. Ayer estábamos haciendo bufos en el castillo del colegio y hoy se pone a cambiar pañales. Y yo aquí, disfrutando de la vida. Qué cosas. Haisea nació fuerte, prematura pero sana y con unos padres dispuestos a darlo todo por ella. Su parto fue diferente, adaptado a los tiempos que corren, presentándose al mundo por videoconferencia.
Acabaré con una reflexión que me ha contado por audio una amiga enfermera que está dándolo todo al pie del cañón en la sanidad pública riojana:
“En una pandemia todas las medidas que se tomen con anterioridad son exageradas y las que se tomen una vez pasada nunca fueron suficientes”. Cambio y corto.
Día 6:
Pues el día no salió tan triste y gris como se esperaba, incluso todo lo contrario, se despidió con un anochecer maravilloso, repleto de colores. Tenemos suerte que el porcentaje de anocheceres espectaculares es elevado.
El día se presentaba como otro cualquiera en esta extraña situación en la que el mundo (al menos el occidental) se ve sumido. Trabajando desde por la mañana en un pueblo vacío donde normalmente a esas horas se ven cientos de personas aparejadas con las más diversas vestimentas y accesorios de nieve, las fábricas de turistas trabajando a todo trapo hasta sacarles el último céntimo de sus ahorros para las vacaciones en todo tipo de actividades de ocio, deporte y gastronomía.
Aburrido un trabajo en el que ves pronto terminado, pero que no llega el final, Casi pidiendo la hora, deseando ser confinado como el resto. Pero repito que aquí el término “confinamiento” toma un sentido algo diferente que en la mayoría de lugares. Un pueblo rodeado de montaña y de nieve, en el que muchas veces es más fácil llegar esquiando o en telesilla que en coche o a pie.
Pero por un toque de suerte, o de buen trabajo quizás, no he tenido que trabajar por la tarde, por lo que un mundo de posibilidades se ha abierto ante mi. Y entre ellas una decisión clara: salir a la montaña. Enfundar los esquí de travesía con sus relucientes nuevas pieles y subir lo más alto posible. Junto con un colega de confinamiento, en el que hemos pasado tanto tiempo juntos en las últimas semanas que ningún cargo de conciencia ha corrido por nuestras extrañas mentes. Sin dudarlo, aunque de reojo a las calles contiguas del pueblo a la espera de ver pasar un coche de policía que me pudiera multar por tamaña atrocidad: salir a dar una vuelta y respirar aire puro en un paisaje maravilloso, me he reunido con PA, nombre en clave, para ascender juntos a más de 2900 metros de altura. Hay que ver lo fácil que es subir en telesilla, cuando un viaje de no más de 10 minutos puede costarte hora y media de caminata y pulmón. Te das cuenta del desnivel y de la valía de subir a esas alturas cuando son tu patas que te suben.
Arriba, una doble vista: una al valle de Belleville, al que Val Thorens hace cima, compartiendo hogar con Les Menuires y Saint Martin de Belleville, y otra al valle de Meribel, mucho más arbolado y estrecho. Al fondo diversos picos que ostentan el título de Top 10 de Los Alpes con glaciares en retroceso por doquier. Te sientes pequeño, insignificante en un mundo tan variopinto como gigantesco, el cual estamos destruyendo a marchas forzadas. El aislamiento total, lo prefiero a confinamiento. Picos escarpados, cornisas, aludes de nieve en continuo deshielo. Y la bajada, que se disfruta como si fueran 15, porque será la única que hagas en todo el día. Hace una semana eran 10 al día. Con eso que ahora los modernos llaman Golden Hour, la hora en la que el todopoderoso Sol deja una luz tenue que colorea todo lo que ves de preciosos tonos dorados. Me ha salido la vena poética esta noche.
El otro toque relevante de la jornada ha sido la videoconferencia con varios de mis amigos donde Haisea ha sido presentada al público, en su primer día completo de vida. He visto como mis amigos de toda la vida pasan el confinamiento en sus casas, cada uno en diversas ciudades del norte de España. Los hay trabajando, con teletrabajo, a medias, o que salvan el mundo, como nuestra querida Elisa dándolo todo como enfermera en diversos hospitales y centros de salud. Corren tiempo extraños, pero nos sirven para sacar también lo mejor de la tecnología. E Internet y todas sus posibilidades casi nos acercan más a nuestros próximos que cuando no estábamos en cuarentena.
Y a todo esto Amancio haciendo ERTES. Buenas noches.
Día 7:
Vaya, parece que ya llevamos una semana. Y las cosas están lejos de arreglarse. Jornada más negra en cuanto a fallecimientos en España. En Italia casi 700 muertos ayer. La curva del COVID-19 está lejos de desacelerar.
En España, donde habían dejado de realizar test de corona por falta de medios y dejaban los casos menos graves confinados en casa sin saber si era el famoso virus del murciélago o una gripe, han recomenzado a hacer tests. Por lo que en cuestión de días vamos a ver una subida de casos estratosférica, pero un descenso de la mortalidad también elevado.
Por aquí las cosas van a empezar a ponerse serías también. A partir de hoy comienzan las patrullas de la gendarmería en motos de nieve por las pistas a la búsqueda de intrépidos esquiadores que se salten el confinamiento. Como si fueran a pillar el virus en el aire más puro que se pueda respirar. Pero eso sí, salir a pasear con el perro durante el día entero, o acudir a donar sangre en colas de a cientos, eso sí se puede.
Hoy me gustaría hablar de un tema interesante, algo que he visto en Internet, concretamente en la página de Facebook Hope. En pie por el planeta, la cual recomiendo encarecidamente como fuente de información ecológica y como parte activa de la lucha contra la emergencia climática. Se trata de lo que han llamado La paradoja generacional del Covid-19. Resulta que en esta crisis actual se nos pide actuar con conciencia social, solidarizarse con el resto, sacrificarse por el grupo. Algo completamente moral, que no se debería ni discutir. Pura ética. En esta crisis, como todos sabemos, los más desfavorecidos son las personas con patologías previas y sobre todo la tercera edad. Las personas mayores. Lo jóvenes, que pueden incluso ser asintomáticos, no sufren más que una fiebre de algunos días en el más grave de los casos (no quiero que se tome tampoco mis frases como principios médicos, todos sabemos que hay casos graves en jóvenes, pero son los menos). Lo cual quiere decir que los jóvenes están sacrificando sus activas vidas por otras generaciones. Y se está haciendo, la gente se está quedando en sus casas.
¿Pero qué ocurre si revertimos la situación? En una crisis aún mayor y más grave, la crisis climática, se pide a todos los grupos generacionales que hagan un esfuerzo por revertir la situación a la que hemos llegado y reducir las emisiones de carbono. Son los jóvenes los que están llevando los estandartes de la lucha por el planeta, con los numerosos grupos que hasta hace poco ocupaban algunas portadas de los medios de comunicación (no tantas como se debiera). ¿Y qué están haciendo las generaciones adultas? Pues lo resumo en una frase muy concisa, clara y educada: “Pa’ lo que me queda en el convento me cago dentro”. No están haciendo nada! Se lavan las manos, como si no fuera con ellos. Total, ellos no vivirán las consecuencias más catastróficas del cambio climático (consecuencias ya las estamos viviendo desde hace algún tiempo). Han tomado la vía de la insolidaridad, lo gobiernos con todos los datos sobre la mesa han decidido priorizar su beneficio inmediato, la economía.
Cuando abandonamos el individualismo y nos comportamos como grupo humano, solidario, responsable, consecuente, es ahí cuando brillamos y cuando somos capaces de superar cualquier reto que se nos proponga. Cuando superemos esta crisis, porque de ello estoy seguro, deberemos sacar varias conclusiones. Mirar atrás y aprender, ver que cuando uno quiere, puede. Ver que las cosas se pueden cambiar para conseguir un claro objetivo, la supervivencia de la especie y del planeta tal y como lo conocemos.
Es solo una reflexión, y bastante resumida por cierto, pero no deja de ser interesante. De toda situación negativa podemos sacar muchas conclusiones positivas. Y bajo mi punto de vista, esta puede ser una de las más importantes de esta situación que se torna crítica en Europa.
La paradoja generacional del Covid-19, ahí lo tienes.
Día 8:
Valthorens nace cubierta, gris, con el solo ruido del viento golpeando contra todo lo que se encuentra a su paso. Inerte, como sin vida. Al pasear a las 8h30 de la mañana camino del último día de trabajo una calma agobiante lo cubre todo. Como si el día anterior todo el mundo hubiera decidido de buenas a primeras largarse de aquí. Hoy he oído que actualmente somos unos 2.000 los habitantes de Valthorens. No se donde están pero no se les ve. Y buen signo es, ya que significa que la gente empieza a comprender la gravedad de la situación.
Mañana comienza mi verdadero confinamiento, en el que no saldré de casa nada más que para estirar un poco las piernas e ir a comprar víveres. Es ahí donde veremos la capacidad mental de este mero escritor, acostumbrado como estoy a no parar quieto un solo minuto y a tener el cielo como techo lo máximo posible. Saldré con mi dron.
Hoy vengo con dos noticias que marcan un poco el avenir de las próximas semanas: en España los casos no hacen más que aumentara y estamos ya a más de 2.000 muertes, aumentando en cifras relativas a Italia, donde el brote comenzó una semana antes, sino más. La famosa curva del coronavirus está lejos de comenzar a descender. La otra noticia es que en La provincia China de Hubei, la región de la ya famosa ciudad de Wuhan, y con más de 70 millones de habitantes, se va a levantar al fin el confinamiento, dos meses después de anunciar la cuarentena de todos sus habitantes. Lo cual nos deja claro en que momento estamos, en nuestra primera semana. ¿Quedarán otras 7 semanas antes de soñar con la libertad? El tiempo lo dirá.
También hoy hemos sabido en nuestro grupo de amigos de Whatsapp, que cuenta casi con 30 miembros y miembras de colegas de toda la vida (toda la vida quiere decir toda la vida, algunos hemos nacido juntos), se ha anunciado la primera “infectada”. Sin saberlo a ciencia cierta, llevaba varios días sin olfato ni gusto, lo que al parecer es un síntoma bastante común entre los jóvenes que contraen Covid-19. Se le ha impuesto confinamiento absoluto, baja laboral (que no ha aceptado, es de Cihuri ella, como pa no) y un seguimiento de la situación. Al loro que el virus viene dando caña hasta a los más fuertes.
Y ayer noche, para acabar ya y no cansar con mi insulsa vida de confinado, me dio por leer todo acerca de los virus, y resulta mucho más que interesante. Los virus, que el conjunto de la ciencia no llega a ponerse de acuerdo si considerarlo como vida, ya que se encuentra un paso antes de lo que se considera la base de la vida en la Tierra, la célula, son partículas que infectan absolutamente todo tipo de organismos (animales, plantas, hongos, bacterias…), se encuentran en prácticamente todo tipo de ecosistemas y son el tipo de entidad biológica más abundante del planeta.
Me voy que empieza a llegarme un olor más que apetitoso de la cocina: pastel de chocolate y compota (puta delicia tete). Agur yogurt.
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